¿Un Dios que no concede la salvación al pecador?
Resumen
El sufrimiento del orante y su desgarradora queja resuenan repetidamente en los dos primeros Salmos de la unidad Sal 79-82. El modo de actuar de Dios, poco claro y misterioso, parece confundir a su orante, que pide con insistencia a Elohim «restáuranos, que brille tu rostro y nos salve». El tema de la salvación, que atraviesa Sal 79-80, evoca abiertamente el libro del Éxodo, en donde se narra el principal acontecimiento salvífico de la vida de Israel: el don de vida y liberación que Dios concede a su pueblo. Una evocación que desaparece progresivamente en Sal 81-82, en donde ocupa un lugar destacado y central una referencia muy particular al Decálogo en Sal 81, que resalta esta relevante sucesión: «petición del orante-petición de Dios». Un estudio cuidado de los cuatro Salmos indicados y, en particular, de los dos elementos hasta ahora reseñados (salvación; sucesión mencionada) abre la puerta a considerar un aspecto de Dios, ciertamente interesante, que parece estar presente en Sal 79-82 y que no aparece en otros textos veterotestamentarios emblemáticos: que, al anteponer una prohibición a la revelación de su ser salvífico, Dios pone condiciones para entregar la salvación.
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